El mundo tenía entonces menos países que ahora atenazado por
un muro en el centro de Europa que partía dos maneras de entender la
civilización, aunque en Ciencias Sociales sólo nos habían hablado de una de
ellas. Entonces y ahora, en la era Trump,
los humanos tienen la costumbre de separar las ideas con cemento. La vida, nada
global, transcurría muy despacio para un adolescente cuando acababa de arrancar
la nueva década de los 80, momento en el que descubrí, al llegar al instituto,
que realmente me gustaba aprender más allá del ejercicio memorístico que supuso
la EGB.
Mi base musical había empezado poco antes con la adquisición
de unos casetes “Cover” de los Beatles, que escuchaba hasta la extenuación
mientras Radio 3 anunciaba que se estaban haciendo muchas otras cosas
interesantes aquí y allá. Mi contacto directo con la música contemporánea se
produjo coincidiendo con la entrada de las tropas argentinas en las Malvinas,
en la temeraria operación justificada por el general Galtieri frente a la
metrópoli británica, que ayudó a Margaret Thatcher a reforzar su poder. La
banda sonora de aquella campaña militar la escuché en casa de mi amigo
Guillermo, cuyas hermanas mayores acumulaban en las cintas de su magnetofón Revox atractivas sorpresas. Frente a las sugestivas estrofas de Lennon y Mc Cartney y los cuidados
arreglos del Sergeant Peppear’s,
descubrimos las acordes básicos de unas guitarras semi-afinadas y letras
que pedían que subiera el precio del metro, calificaban al público de tonto o justificaban
las sesiones de sadomasoquismo. Aquel despropósito, que cambio por supuesto mi
forma de entender la música y me relación con ella, resultó ser obra de Kaka Luxe, la banda seminal de la
llamada “movida madrileña”.
Pocos
años después y cuando la formación ya no existía como tal, pude por fin ver un
directo de los Kaka, con sus
integrantes reunidos para la ocasión en la Edad
de Oro, en uno de las antológicas entregas del programa que lideraba Paloma Chamorro, que con su habitual pose
alegre sabía lidiar con el desdén o falta de interés de sus variopintos y
jovencísimos entrevistados a los que daba pie a hablar de sus cosas, como si
estuviera en el bar o en la casa de unos amigos.
Para un aprendiz de joven como yo fue toda una sorpresa ver y escuchar
a Fernando Márquez “El Zurdo” (ideólogo y voz de La Mode), la precocidad intelectual de Alaska y su guitarra en forma de
estrella, el carácter vergonzoso de Carlos
García Berlanga (Pegamoides y Dinarama),
el look a lo Sid Vicious que lucía Nacho
Canut (Pegamoides, Dinarama y hoy
Fangoria), o la poca memoria de Enrique
Sierra (Radio Futura), que reafirmó
en la breve entrevista que mantuvimos poco tiempo después. Paloma, ataviada con
un inconfundible cardado anti gravedad, introducía un refrescante estilo de
conversación cercano y casi dejado que me abrió las puertas de un mundo lleno
de color. Gracias a ella me hice fan de los Smiths, escuché por primera vez en televisión a los Ramones o descubrí a Johnny Thunders, acompañado por una
parte los Heartbreakers, y algunos
componentes de los New Yorks Dolls, en
un combo inédito.
Cada jueves esperaba a hurtadillas mi cita con el mundo
exterior en “la 2”, que entonces se llamaba simplemente “La Segunda Cadena”,
gracias a la magia que desplegaba la Edad
de Oro, un programa de televisión hoy impensable, sin ningún tipo de complejos
y desinhibido, con música y mucho más en “riguroso directo”. Recuerdo momentos
divertidamente refrescantes como cuando la periodista pregunta a MacNamara y a Pedro Almodóvar que era lo peor que se había dicho del duo, a lo
que Fabio responde “que somos chicos”. Momentos delirantes como la conversación con Poch
(líder y guía de Derribos Arias) que
empieza con la pregunta “¿es verdad eso de que sois un grupo cutre?”. Un
inusitado despliegue de medios del programa, para seguir el viaje iniciático de
Miquel Barceló y Javier Mariscal por
tierras del Algarbe portugués en busca de inspiración, incluyendo el uso de un
helicóptero de verdad (nada de drones de juguete) para tomar planos aéreos de
los dos artistas trabajando la playa. Una de las frases más reveladoras de cómo
estaban yendo los 80 la pronunció el creador del “Cobi” en el plató de la Edad
de Oro: “yo creía que habría más marcheta”.
Ahora Paloma Chamorro ha dejado definitivamente el plató de manera
inesperada, de una noche para otra, sin casi avisar. Queda su legado que es el
de muchos, unido a la época en que llegó la postmodernidad
a España mostrada en un programa que empleó, no por casualidad, el nombre que ya
usaron Buñuel y Dalí como marca del desenfreno
de sus multiorgásmico mundo
surrealista en la segunda película del creador aragonés estrenada en 1930. El
arte, el bueno, no caduca, tampoco lo ha hecho la ventana al aire fresco que
nos abrió la Musa de los Jueves. No hay tiempo para el olvido ni la nostalgia, pero siempre
persistirá el recuerdo.
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