FFS. Foto: Pau Bellido |
El Festival Internacional
de Benicàssim es bastantes más cosas que una gran reunión de música y un
negocio que no siempre da los resultados esperados. En sus recintos se palpa la
emoción de pequeñas historias convertidas en grandes por sus protagonistas.
Sara y Jose se conocieron hace 14 años en el FIB, cuando ya llevaban tiempo
asistiendo al certamen por separado. A partir de entonces han seguido
compartiendo la experiencia juntos cada verano para celebrar su aniversario. Se
casaron y ahora tienen una hija que posiblemente algún día también asista al
FIB, el certamen que nació junto al mar. Este año, cuando empiezan a superarse
los problemas propiciados por la crisis económica, el FIB remonta poco a poco
el vuelo volviendo a su esencia musical. Cerradas ya las puertas de la 21
edición el balance deja un momento mágico que se ha ganado el honor de situarse
entre las vitrinas de los grandes conciertos de los muchos que por allí han
sonado. Todo empezó el jueves 16 de julio en el escenario Las Palmas,
rebautizado en honor al parque natural del Desert que preside la plana. Una
figura casi fantasmal empezó a deslizarse envuelta en las turgencias de un
vaporoso conjunto blanco, que contribuía a resaltar una melena roja. Florence Welch, discretamente rodeada
por su Machine, empezó a oficiar una
ceremonia llena de misticismo y generosidad. Sin maquillaje que distrajera la
atención de la experiencia que iba a desatar y avanzando con los pies desnudos
mostró una perfecta comunión con los músicos y la ofreció al público. Después
de una introducción tenue desplegó toda la potencia de su voz, conmovedora y
directa, que la acompañaría durante toda la sesión sin que ello le impidiera
danzar de un extremo a otro, con una pasión que la llevó a descender a primera
línea compartiendo canción con algunos de los afortunados de las primeras
filas. Su impecable dicción llegada de otro mundo fue acompañada por una
perfecta orquestación donde no faltaron himnos impelidos de una apoteosis
sinfónica como Spectrum (Say My Name), o No Ligth, No Ligth, entonados por la voz de una diosa.
Florence + Machine. Foto: Pau Bellido |
Previamente el desenfreno
de los ritmos étnicos de Crystal
Figthers habían convertido el escenario literalmente en una selva, con un
atrezo que envolvía hasta los mástiles de los micrófonos. También muy de
bailar, pero más de disco que de jungla los Clean Bandit ofrecieron sus ritmos funkys retro que suenan muy a
90. Los jovencísimos Trajano! evidentemente
prefieren los 80 y muy en concreto a Joy
Division, en una versión española que transita en las zonas oscuras de Parálisis Permanente o Décima Víctima. Entre la nutrida presencia
de bandas hispanas sonaron los alicantinos Mox
Nox, el primer grupo incluido en la programación con el repertorio en
valenciano. Llegados de Barcelona Ocellot,
que removieron el ambiente cubiertos en sus capas de purpurina enfundados en el
escenario transformer, una especie de furgoneta music truck de reducido tamaño y nombre de bebida energética,
convertida en la última adquisición como tercer espacio de conciertos. Un lugar
donde casi no cabían Vesseles con su
electro jazz que utilizan como cantante los samplers de una voz femenina. El
primero gran auto tributo a la época dorada al brit pop llegó con Noel Gallagher’s High Flying Birds, que
diseñó un repertorio destinado a culminar con alguno de los hits de uno de los
hits de Oasis de los tiempos en que
aún se llevaba con su hermano, la elegida fue Don’t Look Back In Anger. Blur,
más enteros, elevaron el listón de sus antiguos competidores en la versión del
sábado, recordando la solidez de su eternamente juvenil propuesta después de
cumplir un cuarto de siglo haciendo de chicos divertidos. El tamiz punk rock de
Jaime T evocó los modos y sonido de
los Clash o los Buzcoocks, que hizo las delicias de algunos de los espectadores más
jóvenes, retoños de apenas 8 o 9 años que coreaban junto a sus padres like a Zombie, el pegadizo estribillo de uno de las canciones estrella de
la banda, con diez años ya en acción. El registro más agresivo lo puso Prodigy con sus estribillos salidos de
una mala digestión, que siguen el reflujo de su primegio Nasty, que sonó para confirmar que los tipos más amenazadores de
todo el lugar estaban subidos en el escenario.
Los Planetas + Mendieta. Foto: Pau Bellido |
Los Planetas tuvieron su baño de masas, convertidos en la banda peninsular que más
veces ha sonado en el FIB. El retorno del porcentaje de público español y local
se notaba en los momentos de los coros de la icónica banda indie. El inesperado
cameo apareció cuando la banda de J
entonó su himno oficial Un buen día. El
interior derecho Gaizka Mendieta, uno
de los protagonistas de la letra, acompañó la ejecución a la guitarra
recordando su buena relación con los granadinos en un maridaje con mucho sabor
a guitarra.
Guitarras y juego de
voces componen el consorcio FFS,
asociación que reúne a los escoceses Franz
Ferdinand y los americanos Spark, peculiar
emulsión pop de los 70. A pesar de que llevan años colaborando, su primer disco
conjunto, de nombre homónimo, acaba de salir. Los inquietantes tirones de
elegancia consiguieron atrapar una vez más a los que asomaron a compartir
momentos con Portishead, elevados
desde hace años al pulpito de la modernidad con un repertorio ilustre. La fiesta
subió al escenario-autobús con Joe
Crepúsculo, Una Máquina de Baile capaz de sonsacar los ritmos más
inesperados. Los castellonenses De
Bigote, encargados de abrir fuego a primera hora, cuando no había sombra
donde guarecerse, mostraron una calidad que justifica su presencia en las ardientes
arenas del FIB mientras desplegaban su pop cuidado y estilizado en el escenario
Las Palmas, el lugar reservado para los grandes donde se volvieron a vivir
momentos memorables. La magia del FIB volverá.