jueves, 11 de septiembre de 2014

Los señores del riff

SIMPATÍA POR LOS STONES

No hablaban de religión, de política o de drogas en público (o al menos eso decían), pero ensuciaron la imagen del rock and roll con sus poses macarras, sus melenas desaliñadas y su rhythm and blues distorsionado. Hoy, lejos de convertirse en una parodia de ellos mismos, han vencido al paso del tiempo y han demostrado que los Stones no envejecen. Su pacto con el diablo ha superado con creces la frontera del siglo XXI con los méritos atesorados con sudor y estilo sobre los escenarios, como han demostrado en su gira 2014. Son la mayor banda de la historia de la música en activo, un título ganado a pulso con su personal apuesta sonora y su pasión por el espectáculo que ni ellos imaginaron cuando se unieron en un tugurio infecto de Londres en 1962 para fundar The Rolling Stones. Al año siguiente lanzaron al mundo su primer hit Come On que tomaron prestado de Chuck Berry, uno de los ídolos de Mick Jagger y Keith Richard. 


El padre fundador Brian Jones cayó en el camino, pero su obra sobrevive soportada por los sólidos pilares de la sociedad ilimitada Jagger-Richard que no han parado de crecer entre ritmos que siguen sonando irreverentes a pesar de su edad reconocida, siempre con Charlie Watts marcando  sus baquetas incólume. Lo dejó Bill Wyman y Ronnie Wood sustituyó a Mick Taylor, pero por lo demás todo sigue igual… De sus vidas y mucho más habla la exposición Sympathy for The Stones comisionada por Fernando Castro en la sede de la Fundación Bancaixa en Valencia, donde se puede degustar hasta el próximo dos de noviembre. Una fascinante colección de imágenes del grupo más fotografiado del siglo XX hace las delicias de fans y mitómanos. Instantáneas de Barrie Wentzell, Michael Putland, Ebet Roberts, Bob Gruen, Gus Coral, Guy Le Querrec o René Burri reproducen momentos míticos de la banda y también los más oscuros. Junto a la detención de Jagger por posesión de drogas podemos ver reunidos sobre un escenario a Bob Dylan, Bruce Springsteen y el propio Jagger que también protagoniza otro combo ilustre con el mismísimo John Lennon durante la grabación de un disco de la imprevisible Yoko Ono.



El repaso gráfico a las portadas de sus discos tiene banda sonora, que permite escuchar los temas míticos de los Stones mientras el visitante-groupie recorre la sala.
En el centro del huracán la exposición regala tres de los documentales existentes sobre la vida y obra de los señores del riff.  Jean-Luc Godard, enfant terrible de la Nouvelle Vague, rodó Sympathy for the Devil en el año de la revolución de 1968. Una película sobre el movimiento social y político en el fragor de los 60, entre efluvios del sueño hippie que los propios Stones contribuyeron a convertir en pesadilla involuntariamente, tras la muerte por apuñalamiento de un asistente al macroconcierto montado en Altamont en 1970, mientras el quinteto interpretaba Under my Thumb. El siguiente tema del repertorio, Sympathy for the Devil fue interrumpido por decisión de Jagger ante una orgía de público que desbordó lo imposible y acabó en un desmadre previsible, teniendo en cuenta que un grupo de presuntos motoristas de Los Angeles del Infierno (siempre el mal), se encargaba de la seguridad. Aquella idea fue como nombrar a Al Capone guardián del oro de la reserva federal o que Hansel y Grettel vigilasen La casa de los caramelos


El rodaje de Gimme Shelter  se convirtió en una crónica de aquel cambio de ciclo, mientras el quinteto lanzaba algunos de sus órdagos más creativos. Shine a Light con Martin Scorssese al mando tiene aires de epílogo en una atmosfera decadente de reunión para pijos, donde triunfa el mainstream incluso en la realización, que muestra un concierto de salón para selectos vips neoyorquinos que llega a incluir a Bill Clinton entre la corte de aduladores-adulados. Un fiasco frente al ambiente habitual en una convocatoria masiva que suele ser un concierto de los Stones y el legado siempre atractivo de Scorssese, que como marca de la casa siempre suele incluir canciones Stone en sus películas, convertidas por su maestría en parte del lenguaje narrativo del cine más negro y gamberro de las últimas décadas.


Y presidiendo el local dos enormes imágenes de Mick y Keith separadas por paredes pero unidas por la época pletórica en que fueron tomadas. Cualquier adicto a la música disfruta en una exposición que muestra el ascenso, auge y el impredecible mantenimiento en escena durante más de 50 años de un grupo de señores del riff, que nació de las entrañas del rock después de pactar con el diablo.